Hace unos días terminé de leer “El viaje íntimo de la
locura”, la novela con la que tras un periodo de silencio, Roberto Iniesta
(quien creo que a estas alturas no necesita presentación) nos sorprendió hace
un par de años.
Como la mayoría de la gente, tengo que reconocer que me
molesté en buscarlo porque el autor es quien es, y eso es algo de la que la
propia editorial es consciente, ya que se ha ocupado de poner el nombre del
autor en una letra mucho más destacada que la del título de la obra (esto lo digo
a cuento de las bravuconadas de… “ojalá no guste, así no me fríen a entrevistas”).
También reconozco que lo empecé sin confianza
en que esta obra me gustara ni me sorprendiera, y la verdad que por un momento, hasta
consiguió convencerme de que sería una novela bastante buena. Durante la
primera mitad del libro, la
historia te embriaga y te absorbe. Es la transformación de la vida monótona y gris de don Severino hacia lo nuevo. Un giro
inesperado e inexplicable que engancha, engancha muchísimo. No puedes parar de
leer para intentar comprender que está pasando, sintiendo la propia antigüita y
la desesperación del personaje. Pero llega un punto, que el libro deja de
sorprender como lo hacía al principio. Como si perdiera la frescura del
comienzo, bajando gradualmente y a ralentizándose, dando lugar, para mi gusto a
un final que se intuye cincuenta páginas antes de acabar, y que me ha dejado un
mensaje ambiguo y que no termino de entender (o de compartir).

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